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miércoles, 5 de noviembre de 2014

SUBLIME

Jesús Javier Baquera Heredia

El amor es eterno es complaciente, no conoce la envidia.
No se jacta ni se envanece, no es descortés ni reclama nada como suyo.
No se enoja, no piensa mal.
No se regocija en la injusticia.
Y se complace en la verdad.
Todo lo perdona, todo lo cree, todo lo espera…
Todo.
El amor no entiende de metaplasias, de hiperplasias ni displasias,  no quiere saber de atipias ni de cambios regenerativos.
El amor es neoplásico, de alto grado, autónomo y con innata tendencia a la diseminación virulenta.
No reconoce controles, invade y crea el ambiente necesario para su expansión.
No duda. No remite ante remedio alguno y se han documentado raros casos de regresión espontanea.
No se cura con la ausencia o la distancia.
El amor es atípico, pleomórfico, o como el mío, anaplásico… estoy convencido de que su dimensión es tres veces superior al de los amorcitos (del griego citos= célula) neoplásicos circundantes; que sus abismos son hipercromáticos y que sus formas habituales de multiplicación, bipolares y aburridas, se sustituyen con una inacabable profusión de nuevas y excitantes posiciones, que los demás denominan “atípicas”.
Puede fingir mil caras, pero su instinto fundamental es la replicación, sin importar que conduzca a la necrosis.
Invade sin piedad lo caminos que conducen al corazón, no le importa morir en el ser que le da origen… au contraire… muere con él y por él.

Hay algunos tan bien diferenciados, tan taimados, que saben esperar y diseminarse subrepticiamente… ésos, ésos son tan intensos que podrían minar la resistencia de galaxias enteras.

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